Por: Juan Manuel Alvarez Castellón
“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado”. (Eclesiastés 3:1-2)
Hoy mi bebé Juan David está cumpliendo dos meses de haber visto la luz, luego de su simbólico paso entre columnas al momento de su nacimiento, iniciando así los pasos de su camino como aprendiz que forjará en sus primeros tres años de vida, tal como lo recorrió ya su hermanito y actual compañero Juan Sebastián.
Viendo crecer a mi bebé Juan David y recordando los pasos que recorrieron Juan Sebastián y mi querida bebé María Camila (hoy en el oriente eterno), me pongo a pensar en la cita bíblica de Eclesiastés atribuida por muchos al Rey Salomón, y concluyo que son muy sabias dichas palabras, debido a que en nuestro proceso de formación y conocimiento del mundo exterior, no siempre tomamos un mismo camino para llegar a nuestro destino por más que contemos con los mismos maestros, teniendo como resultado que cada cual maneja sus propios tiempos, sus momentos y sobre todo, la forma particular de aprender las cosas. Es por ello que los padres nos convertimos en unos Maestros que en su tarea de orientar o guiar, brindan a sus hijos las herramientas, principios, reglas, valores y enseñanzas necesarias para que recorran a su propio ritmo el camino que los llevará a su destino, procurando afinar ciertas cosas para evitar que en su recorrido caigan en el lado oscuro; pero jamás como maestros estamos llamados a intervenir directamente sobre la forma específica, esquematizada y concreta de cómo deben recorrer su camino de la vida.
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